Primavera de guerra
- ¿Abuela quién es ese señor? - preguntó Nuria.
Señaló con su pequeño dedo indice a un señor que había sido retratado en un lienzo. Los colores se habían desgastado por el paso del tiempo, y eso hacía que la pintura se viese más oscura de lo que actualmente era. El tipo vestía un uniforme de color verde que impresionó a la niña. Ella solo los había visto en la televisión, y cada vez que aparecía alguno de ellos su madre le había obligado a cambiar de canal. Al parecer, no traían nada bueno.
Las arrugas que se le habían ido formando con los años aparecieron cuando la anciana esbozó una sonrisa, pero no contestó de inmediato a su nieta.
Nuria bajo la vista al pensar que quizá debía haberse mantenido callada. Su madre se lo decía a menudo. Alargó la mano y cogió la última galleta que quedaba en el plato y se la llevo a la boca. No quería enfadarla tampoco por no haberse terminado la merienda.
- Ese...es tu abuelo. - contestó al final la anciana.
La galleta se quedo a medio camino cuando la pequeña oyó la respuesta.
- ¿Por qué no lo he visto nunca?
No sabía mantenerse callada, y quizá debería haber guardado silencio después de que su abuela hubiese resuelto su duda. Pero el refrán sobre un gato y la curiosidad aún no había llegado a sus inexpertos oídos. Aún así, a la anciana no parecían molestarle en absoluto las preguntas de su nieta, pues seguía acariciándole el pelo con el mismo cariño que al principio.
- ¿Quieres escuchar una historia que paso hace mucho tiempo? - le preguntó a su nieta.
Ella asintió abriendo mucho los ojos. Le encantaba que le contasen cosas. Y más aún si se trataba de una historia. Le recordaban a esas que su madre le suele contar antes de irse a dormir. No puede evitar sentirse emocionada, y pensando que con la galleta en la boca no se concentraría tanto en las palabras de su abuela, decide depositarla de nuevo en el plato.
- Hace muchos años, me enamoré perdidamente de un chico que vivía en el pueblo de al lado. Me parecía de lo más encantador que había conocido nunca, y recuerdo como si se tratara de ayer todas las veces en las que nuestras miradas se encontraron. - empezó contando con lentitud para que su nieta no se perdiese una palabra de lo que decía. - Y al parecer, a él también le gustaba yo.
La niña puso una mueca de disgusto cuando la escuchó hablar de amor. Cuando le hablaban de su abuela le venía la imagen de una mujer fuerte y sensata, como incontables veces le había descrito su madre, y no de alguien que fuese capaz de sensibilizarse al tocar un tema tan indiferente para ella como es el amor.
- ¿Y qué paso? - preguntó la niña convencida de que así podría cambiar de tema.
- Al tiempo, nos casamos.
Se equivocó.
- ¿Y luego?
La anciana sonrió con dulzura.
- Nos compramos una casa de color azul en el campo. - el brillo en los ojos de su abuela no paso desapercibido cuando la niña volvió a mirarla. - Eramos muy felices. - hizo una pausa. - Y un día...llegó a nuestras vidas una niña que se parecía mucho a ti. - le tocó la barriga con un dedo causando una breve carcajada por parte de Nuria.
- ¿A mí? - se señaló ensimismada.
Ella asintió.
- Esa fue tu madre.
Su nieta parpadeó varias veces.
- Un día un general llamo a nuestra casa. - hizo una pausa que se prolongó bastante más de lo que pensaba. - Necesitaban a tu abuelo para salvar el país.
- ¿Mi abuelo salvo el país?
- Algo así. - contestó simplemente la anciana.
Nuria soltó un quejido. Estaba tan concentrada en la historia que no se dio cuenta de que su abuela había dejado de acariciarle el pelo. Su larga cabellera de color cobrizo se sentía ahora desnuda sin las manos suaves y con olor a jabón de su abuela encima.
La anciana no pareció darse cuenta de las protestas de su nieta, o al menos eso quiso mostrar. En unos segundos todo parecía haberse paralizado para ella. Se quedó mirando al retrato sin siquiera pestañear, hasta que su nieta la sacó de ese trance. Una cantidad de sentimientos para los que Nuria no tenía nombre cruzaron por el semblante de su abuela. Dolor. Angustia. Nostalgia. Tristeza. Añoranza. Sus sentimientos parecían tan profundos y reales, que se colaron de lleno en ella. La pequeña no pudo evitar sentirse del mismo modo.
Su voz había perdido la energía con la que había empezado contando la historia cuando decidió volver a hablar.
- Después de muchos meses, el mismo general llego a casa con una carta.
Nunca pudo olvidar el indescifrable rostro de aquel señor cuando apareció en frente de su puerta hace años. Cuando le tendió aquel sobre no quiso cogerlo. Ella sabía lo que aquello significaba, y no estaba dispuesta a aceptarlo. En el transcurso de su vida nunca había sido capaz de levantar la voz ni una sola vez. Esa lluviosa tarde de primavera se impresionó a si misma. Todo pareció explotar dentro de ella y recordó como había perdido el control de su cuerpo en tan solo unos segundos. El general solo fue capaz de murmurar un simple "lo siento" que la enloqueció más.
- ¿Y qué decía? - la niña no estaba segura de querer saber más. No aguantaba la idea de verla tan triste.
- Nunca la abrí. - contestó la anciana. Y no mentía.
La niña formó una mueca, decepcionada con la respuesta.
Su madre llegó media hora después quejándose del trafico, como a menudo solía hacer cuando regresaba del trabajo.
Nuria se despidió de su abuela, cogida de la mano de su madre ya estaba lista para marcharse y dejar atrás esa anécdota que recordaría con cariño cada día durante los próximos años de su vida.
Las arrugas que se le habían ido formando con los años aparecieron cuando la anciana esbozó una sonrisa, pero no contestó de inmediato a su nieta.
Nuria bajo la vista al pensar que quizá debía haberse mantenido callada. Su madre se lo decía a menudo. Alargó la mano y cogió la última galleta que quedaba en el plato y se la llevo a la boca. No quería enfadarla tampoco por no haberse terminado la merienda.
- Ese...es tu abuelo. - contestó al final la anciana.
La galleta se quedo a medio camino cuando la pequeña oyó la respuesta.
- ¿Por qué no lo he visto nunca?
No sabía mantenerse callada, y quizá debería haber guardado silencio después de que su abuela hubiese resuelto su duda. Pero el refrán sobre un gato y la curiosidad aún no había llegado a sus inexpertos oídos. Aún así, a la anciana no parecían molestarle en absoluto las preguntas de su nieta, pues seguía acariciándole el pelo con el mismo cariño que al principio.
- ¿Quieres escuchar una historia que paso hace mucho tiempo? - le preguntó a su nieta.
Ella asintió abriendo mucho los ojos. Le encantaba que le contasen cosas. Y más aún si se trataba de una historia. Le recordaban a esas que su madre le suele contar antes de irse a dormir. No puede evitar sentirse emocionada, y pensando que con la galleta en la boca no se concentraría tanto en las palabras de su abuela, decide depositarla de nuevo en el plato.
- Hace muchos años, me enamoré perdidamente de un chico que vivía en el pueblo de al lado. Me parecía de lo más encantador que había conocido nunca, y recuerdo como si se tratara de ayer todas las veces en las que nuestras miradas se encontraron. - empezó contando con lentitud para que su nieta no se perdiese una palabra de lo que decía. - Y al parecer, a él también le gustaba yo.
La niña puso una mueca de disgusto cuando la escuchó hablar de amor. Cuando le hablaban de su abuela le venía la imagen de una mujer fuerte y sensata, como incontables veces le había descrito su madre, y no de alguien que fuese capaz de sensibilizarse al tocar un tema tan indiferente para ella como es el amor.
- ¿Y qué paso? - preguntó la niña convencida de que así podría cambiar de tema.
- Al tiempo, nos casamos.
Se equivocó.
- ¿Y luego?
La anciana sonrió con dulzura.
- Nos compramos una casa de color azul en el campo. - el brillo en los ojos de su abuela no paso desapercibido cuando la niña volvió a mirarla. - Eramos muy felices. - hizo una pausa. - Y un día...llegó a nuestras vidas una niña que se parecía mucho a ti. - le tocó la barriga con un dedo causando una breve carcajada por parte de Nuria.
- ¿A mí? - se señaló ensimismada.
Ella asintió.
- Esa fue tu madre.
Su nieta parpadeó varias veces.
- Un día un general llamo a nuestra casa. - hizo una pausa que se prolongó bastante más de lo que pensaba. - Necesitaban a tu abuelo para salvar el país.
- ¿Mi abuelo salvo el país?
- Algo así. - contestó simplemente la anciana.
Nuria soltó un quejido. Estaba tan concentrada en la historia que no se dio cuenta de que su abuela había dejado de acariciarle el pelo. Su larga cabellera de color cobrizo se sentía ahora desnuda sin las manos suaves y con olor a jabón de su abuela encima.
La anciana no pareció darse cuenta de las protestas de su nieta, o al menos eso quiso mostrar. En unos segundos todo parecía haberse paralizado para ella. Se quedó mirando al retrato sin siquiera pestañear, hasta que su nieta la sacó de ese trance. Una cantidad de sentimientos para los que Nuria no tenía nombre cruzaron por el semblante de su abuela. Dolor. Angustia. Nostalgia. Tristeza. Añoranza. Sus sentimientos parecían tan profundos y reales, que se colaron de lleno en ella. La pequeña no pudo evitar sentirse del mismo modo.
Su voz había perdido la energía con la que había empezado contando la historia cuando decidió volver a hablar.
- Después de muchos meses, el mismo general llego a casa con una carta.
Nunca pudo olvidar el indescifrable rostro de aquel señor cuando apareció en frente de su puerta hace años. Cuando le tendió aquel sobre no quiso cogerlo. Ella sabía lo que aquello significaba, y no estaba dispuesta a aceptarlo. En el transcurso de su vida nunca había sido capaz de levantar la voz ni una sola vez. Esa lluviosa tarde de primavera se impresionó a si misma. Todo pareció explotar dentro de ella y recordó como había perdido el control de su cuerpo en tan solo unos segundos. El general solo fue capaz de murmurar un simple "lo siento" que la enloqueció más.
- ¿Y qué decía? - la niña no estaba segura de querer saber más. No aguantaba la idea de verla tan triste.
- Nunca la abrí. - contestó la anciana. Y no mentía.
La niña formó una mueca, decepcionada con la respuesta.
Su madre llegó media hora después quejándose del trafico, como a menudo solía hacer cuando regresaba del trabajo.
Nuria se despidió de su abuela, cogida de la mano de su madre ya estaba lista para marcharse y dejar atrás esa anécdota que recordaría con cariño cada día durante los próximos años de su vida.
***
Rafaela se acercó con lentitud al mueble de madera que se encontraba escondido en una esquina de su habitación. No había querido que nadie lo viese, y al parecer había logrado su propósito. Abrió el primer cajón y saco un sobre amarillento, no había atisbo de aquel envoltorio blanco que se le fue entregado, después de varios años dentro del mueble el mismo fue envejeciendo junto con la destinataria, Rafaela acarició el halcón rojo que aún permanecía visible en el dorso de la carta. El sobre se mantenía cerrado, y la anciana tenía la sensación de que así sería durante mucho tiempo. De ese modo sentía que él seguía siendo parte de su vida.
"Marzo de 1919 - Agosto de 1930".
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