Don't die before you're dead
¿Alguna
vez has pensado que sentirías al dispararte una bala contra la sien?
¿Que ese trozo de plomo cruce tu cerebro haciéndolo incapaz de
pensar? ¿De sentir? Tu cuerpo se paralizará. Dejará de funcionar.
No serás capaz de oír como la sangre se derrama y crea un charco
ahí donde tu cabeza reposa, del mismo color de las llamas. No podrás
volver a ver florecer la primavera. Tus pies nunca sentirán ese
cosquilleo cuando pisen la arena y la marea les recorra los dedos.
Las hojas de los árboles no te harán estremecer cuando caigan y
rocen tu nuca. En cambio si que sentirás ese frío infernal que
tanto odiabas en invierno. Por suerte, no será físico. Ese frío
del que te hablo será mucho más leve, pero no por ello menos
insoportable. Sentirás que todas tus articulaciones no responden a
las ordenes que tu aún viva conciencia quiere mandar. Eso te llevará
a la frustración. Al odio. Y por último, a la tristeza. Desearas
poder vivir un poco más, lo suficiente como para poder contemplar
las vistas que hay desde la montaña más alta de la tierra. O de
explorar las profundidades del mar en un pequeño submarino de color
amarillo. De tirarte en paracaídas a cuatro mil metros sobre la
tierra. De tomarte un chocolate caliente en invierno mientras fuera caen pequeñas sustancias de color blanco del cielo. De volver a
dormir para soñar que eres capaz de volar, o quizá ya lo hagas al
dejar de existir. Un sueño eterno. Quién sabe. Desgraciadamente tus
inmóviles extremidades no te lo permitirán. Ya te habrás ido. Para
siempre. No mueras antes de estar muerto.
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